Crítica: KENZO WORLD.

10.07.2020

Hoy os dejamos con una crítica, realizada por nuestra editora Isabella S. Casto, sobre el anuncio de KENZO WORLD: EAU DE PARFUM de Spike Jonze

¡Ojo Cuidao'! 

No te arrepentirás. Y desde luego que no te dejará indiferente.


Anuncio de perfume KENZO WORLD: EAU DE PARFUM.

Todos sabemos que los anuncios de perfumes o colonias son todo un mood

Y un mood o se es o no se es.

Los japoneses entendían de moods o modos; pero ¿quién no entiende de modos o modas? Los griegos también entendían de modos y modas; rica herencia latiendo por nuestras venas -más oriental de lo que podemos creer en un principio-. Todos somos la moda, por lo que todos entendemos -aunque seamos o no- un mood.

Y, ¿qué tendrán que ver los japoneses o los griegos?, te estarás preguntando. Pero la cuestión no es esa sino, ¿qué no tienen que ver? No sólo por la procedencia de la propia marca de esta colonia -Kenzo, diseño japonés conocido por su capacidad sintetizadora hecha esencia: la combinación y armonización de tradición occidental e influencia japonesa-, sino por los destellos estéticos perceptibles en este video.

Galería: Diseños de KENZO y retratos del fundador Kenzō Takada 

Hablando del video, doy por hecho que te habrás quedado como yo: impactado. Sin saber muy bien qué pensar siquiera. Normal.

Las palabras son difíciles de encontrar ante lo inesperado, lo bizarro, lo casi paródico. Porque ante eso es lo que nos encontramos aquí, con el video de Kenzo World -y ni hablemos de nuestra protagonista femme fatílica-.

Margaret Qualley, bailarina protagonista.
Margaret Qualley, bailarina protagonista.

Pero primero lo primero, desglosemos lo que acabamos de ver: hay una chica sentada entre una multitud en una especie de ceremonia de entrega de premios o celebración, donde se celebran los logros de un hombre del que desconocemos la relación con nuestra protagonista. A la muchacha se le destaca de inmediato, no sólo por su posición central en el plano, sino por el contraste visual con la que se nos presenta: hombres y mujeres que le superan en edad y ella la única joven, todos de atuendo blanco o negro y ella luciendo un color verde magnífico que oscila entre un verde loro y un verde pastel, los que le rodean con rasgos de procedencia culturalmente diversa y exótica y ella blanca como la nieve, todas las mujeres con el pelo más suelto y ella con un moño medio contenido, etc.

Nuestra chica se sale del salón de ceremonias, en aparente evasión, hacia la entrada del edificio. Su cara nos muestra tristeza, sus ojos celestes y brillantes brotan lágrimas, derramándose un par para deslizarse sobre su mejilla pálida pero sonrosada, quedándose atrapadas rápidamente por los dedos delicados de la muchacha.

Sí, está triste, y mientras mira directamente a la cámara nos sonríe. Parece el momento justo antes del instante rompedor, en el que casi esperamos -por la fuerza- que la chica huya, corriendo, cual dama en apuros quien ha decidido salvarse a ella misma de su triste prospecto de futuro. Ese momento tan común en casi todos los anuncios al que estamos acostumbrados a ver, donde algo interior se despierta y de pronto amanece esa femme -gracias a esta colonia, como no- que decide su propio destino y elige huir de o huir hacia su príncipe azul. Pero la sonrisa de nuestra muchacha desaparece y comenzamos a ver expresiones que no caben dentro de la secuencia normal y esperada de una situación tan "seria". De pronto esa sonrisa desaparecida se deforma en gestos casi psicóticos de una cara descompuesta y extraña.

Al menos no fallamos del todo: nuestro momento rompedor tan esperado llegó, pero desde luego no como lo esperábamos.

Ahora de pronto, mientras nuestra chica comienza a temblar, supuestamente gritar y agitar los brazos histéricamente, es cuando -igual que tu- la cara que se encuentra descompuesta es la mía. ¡Y no nos olvidemos de la música!

Desde el sonido apagado y difícil de distinguir del principio -con palmas, risas, pasos ligeros de los tacones negros y delicados de la joven, un suspiro y una exhalación triste- al paulatino crescendo de una canción que estalla en una música frenética, la mezcla de sonidos electropunzantes y voces que chillan y cantan en un estilo casi reggae jamaicano resulta, cuanto menos, electrizante y emocionante. Y bueno, tu boca ya estaría tan abierta como la mía en ese momento, mientras observamos con una sensación que no sabemos si grita "sigue" o "para", si anima o incomoda, o si nos gusta o si nos perturba.

Con el paulatino crescendo de la base electrónica -punzante, estimulante y frenética- en correlación con el ascenso de la muchacha hacia el piso superior, parece que uno ya se recupera del shock inicial. No es poca cosa esperarte una ñoñería melodramática y luego encontrarte de golpe con un ser ferozmente inestable que manda algo a comerse las palabras, anda lanzando patadas como elefantes de Dalí y dialoga consigo mismo a través de los espejos gigantes cual primate de Lacan, justo antes de pseudo pegar, atacar y chupar una estatua de pintas de viejo rancio. No creo que haga falta especificar que la chica está claramente -y como dirían los finos- hasta los mismísimos.

Una vez en la planta de arriba hay un bajonazo de tensión, el frenetismo se contiene y se escuchan unos tambores, una base muy grave cuya intensidad rítmica resuena en tu propia fibra y sonidos electrónicos que simulan instrumentos o incluso rayos. Pero no te creas que la larga duración del video te vaya a parecer tediosa; no esperes descansar del espectáculo. Ahora nuestra protagonista es sorprendida por la presencia de un hombre negro quien oculta su mirada tras una gafas de pasta negra y habla por teléfono inmerso en su conversación, por lo que no solo obvia la propia presencia de la chica, sino su mirada casi hambrienta de peligrosa dislocada también. De pronto se asoma por detrás de la columna dorada finamente estriada y ataca al hombre, tirándolo al suelo antes de mostrarse fuerte y chulesca; las luces se apagan en completa oscuridad, y entre flashes de luz epiléptico cual relámpagos, ambas figuras se extienden una mano en un gesto miguelangelesco de La Creación de Adán -o mejor dicho, en La Creación de Eva-. ¿Hay algo más desafiante hacia la tradición patriarcal caucásica occidental que la mujer siendo creada antes del hombre por un demiurgo negro?

'Creación de Adán', Michelangelo. 1511.
'Creación de Adán', Michelangelo. 1511.

Percibimos más guiños a la tradición -aunque no del todo occidental- mientras nuestra protagonista avanza por un pasillo con una postura tiesa -muy parecida a la estatua de geisha que se observa al derecho del plano- mientras dispara rayos por sus dedos hacia la pared, el techo y una vasija de clara decoración oriental. Ahora de pie encima de una mesa y delante de un tapiz de colores apagados -como el resto de los colores que se encuentran en el edificio sepiadorado de flores rosisucios y sensaciones rancipolvosos- bordado con motivos clásicos, no puede controlar sus extremidades: convulsiones, risa, lágrimas, enfado, un salto y una salida del plano haciendo un baile de los años 20 -¿más guiños hacia la tradición, o más bien hacia la opresión de sentir la constante necesidad de sonreír y bailar a lo contento?.

Detalle con destellos orientales en la cerámica y la escultura de. Las posturas de ambas figuras femeninas son similares.
Detalle con destellos orientales en la cerámica y la escultura de. Las posturas de ambas figuras femeninas son similares.
Detalle de Geisha en Ukiyo-E de Utamaro Kitagawa
Detalle de Geisha en Ukiyo-E de Utamaro Kitagawa

Sentimos que estamos llegando hacia el final cuando, al encontrarse con un auditorio rojo, enorme y vacío, empezamos a percibir un cambio en la música, que cambia de electro raíces jamaicanas a una música cual ballet y estalla en un pitido de 'muerte en quirófano'. Todo el rato bailando -primero salvajemente y luego como una bailarina- mientras le sigue un foco potente de luz (o mientras ella le sigue al foco) hasta llegar al abismo del borde del escenario negro y caer ciegamente en peso muerto de espaldas.

Silencio y explosión.

Estalla y se expulsa del edificio como un animal que ha sido enjaulado demasiado tiempo y que ahora percibe la lucidez de la libertad; saltando, tambaleándose, dando tumbos, gruñendo, arañando y adentrándose en la noche negra, hacia la nada que nosotros no podemos ver pero sí percibir, hacia la plaza abierta y desolada, lejos del edificio de luces beige y flores rosisucios, lejos de la opresión, lejos de la jaula que ya no le podrá atormentar jamás .

Y ahora lo vemos, un ojo enorme, fácilmente reconocible e interpretada por nuestra tradición del mal de ojo o del ojo turco y mano de Fátima. Y en cierto sentido ya ni nos sorprende, porque dentro de lo bizarro que han sido los últimos tres minutos y lo absurdo que suelen ser los anuncios de colonia, incluso sentimos que pega -eso sí, con un cambio de tonalidad que desarmoniza-. Un ojo enorme compuesto por flores negros, blancos puros, azules turquesa y oro; en perfecta armonía con el vestido frío y verde de la chica, ademas de sus ojos azules, blancos y redondos, y su pulsera fina y delicada de oro que alberga un sutil ojo formado en su centro. Para nada sepiadorado, rosisucio y rancipolvoso. 

Salta, atraviesa, rompe.

Las flores caen, ella cae, ella se levanta, nosotros nos levantamos con ella. Ella nos mira, se golpea el pecho y respira con rapidez para recuperar su aliento. Ya no está triste. Nos sonríe. Su otro yo de Lacan se ríe. Lynch nos diría: Silencio.

Lo cierto es que ha sido espectacular. Nos deja con ganas de más, nos deja con ganas de ser como ella, nos deja con ganas de ser ella.

También es cierto que sin esa última escena donde aparece el ojo, quizá no le sacaríamos el parecido a la imagen de la colonia que procede al momento. Un diseño elegante, con contornos suaves en forma de ojo (¿o nos han condicionado para verlo en forma de ojo? Quien sabe...). La tapa es negra como los zapatos terciopelados de la bailarina, estriada como la cortina verde cual vestido que percibimos de fondo y como las columnas doradas del edificio. El envase es azul celeste, transparente y translúcida, no sólo como el gran ojo sino como los ojos de nuestra bailarina. La bola metálica es de tonos cobrizos y dorados, como el dorado de las flores del ojo, como la pulsera de la chica o como todos los toques de oro que hemos ido percibiendo a lo largo de los cuatro minutos. La superficie en la que se apoya el perfume es negro y liso, proporcionando un reflejo perfecto similar al de los espejos de los yo's lacanianos, o al del ojo enorme que todo lo ve, reflejando el propio ojo interior de la bailarina. Incluso me atrevo a decir que se nos ha ido vaticinando desde el momento 1:18 del video con la maravilla que se percibe en la alfombra del suelo (corre... mira ver).

Aunque cierto es que el ojo no ha dejado de tomar protagonismo: desde los ojos reales hasta los ojos que se reflejan multiplicados en el espejo, desde las autoseñalizaciones de la protagonista hasta el auditorio entero que remite a un ojo con su foco de luz ocular. Incluso podríamos hablar del Sanpaku japonés, que significa "tres blancos" o "tres vacíos" y se refiere a los ojos en los que queda visible el espacio blanco por debajo o encima del iris. Según esta tradición, aquellos con blanco por debajo del iris -como la protagonista o el ojo enorme- están en desequilibrio con el mundo exterior, el cual les ataca, agrede, oprime o daña; al contrario, con el blanco por encima del iris, se considera que se está en desequilibrio con el mundo interior.

Al final todos sabemos que los anuncios de perfumes o colonias son todo un mood.

Y un mood o se es o no se es.

Los japoneses y los griegos entendían de moods o modos; pero ¿quién no entiende de modos o modas?

Todos somos la moda, por lo que todos entendemos -aunque seamos o no- un mood. Y ¿qué es un mood sino un acto desafiante, interior y personal; una liberación de la objetividad del mundo exterior que sofoca al sentimiento, explota al estereotipo y condena la individualidad? Kenzō Takada lo sabe, la bailarina lo sabe, yo lo sé y -lector- también lo sabes.

Ojo cuidao', que una parodia bien hecha no es tanto una banalidad como una crítica potente en sí misma. Ojo cuidao', que una parodia suele hablar menos de sí misma que del espectador que la contempla. Ojo cuidao', que a ver si al final nos vamos a creer que una colonia nos salvará de nuestro Sanpaku personal.

¡Ojo!

Isabella S. Casto


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