"Y exigimos a Dios", una reflexión para abrir el año, de Víctor García B.

11.01.2021

El autor Víctor G. Bernad nos brinda una profunda e interesante reflexión sobre el turbio período que dejamos atrás y, sobre el año que nos acontece, nos exige una particular petición.

"Introspección de Jim", Jesús Huerta Juárez.


Y exigimos a Dios


En muchas ocasiones la tranquilidad es la idea de saber que hay algo por encima de nosotros. No tiene nada que ver con otras vidas, otros mundos o con un señor de barba. No. Es la tranquilidad de saber que el planeta continúa girando. Que la vida, para bien o para mal, sigue. Tener presente que uno forma parte de algo que se le escapa. Esa es la clave. Eso es lo que nos fija los pies al suelo, evitando que nos perdamos en un vacío ingrávido de incoherencia existencial.

Buscamos el sentido y preguntamos, pero a estas alturas solo se me ocurre pensar: yo qué sé. Chico, que vivimos de milagro y de milagro soportamos a los que viven con nosotros. Qué más quieres.

Uno de esos momentos que te devuelve al frío cemento del mundo material es el de las uvas de fin de año. El circo televisivo, adornado con ropas sugerentes y presentadores de sonrisa fina, se mezcla con las burbujas del cava. Las cabezas de los langostinos caen en los platos con una mirada casi tan perdida como la nuestra. Y da gracias si no te hacen cantar alguna canción cursi.

Mi abuela estaba un poco más vieja. No era una vejez de reloj. No se trataba del simple y molesto paso del tiempo. Era una vejez de ojos agachados. Una vejez que cuando la ves se nota. A los hombres y a las mujeres que han sido trabajadores y de ideas (aunque simples y quizá erróneas) firmes, se les nota. Algo pasa, de pronto, y el fuego se va.

Por lo general todos los años entran de forma parecida. Los niños se ilusionan y tienen una fe sincera en lo que está por venir. Los menos niños lo afrontan con indiferencia y ponen una cara alegre, pero sin pasarse. Y los mucho menos niños se acuerdan de ese mundo que ya no está, sin pensar en lo que puede traer el cambio de dígito.

Chinchín que aún queda otra botella por abrir.

Así estábamos, de sobremesa. Como en muchos otros hogares, aquí también había una silla que debía estar ocupada. Caprichos de la biología, que demanda la devolución, al ciclo interminable, del material prestado. Qué sé yo.

En esas que el televisor se ilumina y comienza a sonar el clásico de los cásicos del año nuevo ibérico. Una canción que, por lo que a mí respecta, se escucha una vez al año y se disfruta. Cumple su objetivo (porque un día es un día), te deja lleno y no hace falta ponerla hasta el próximo diciembre.

Sin embargo, en esta ocasión atendí con especial cariño. Creo que yo y todos. Es lo que tiene acabar un año que va a pasar a la cultura pop como la fecha negra del siglo XXI, de momento.

Y ahí seguíamos: en el reloj de antaño como de año en año. Es curiosa esa unión conceptual. En un espacio vetusto, tradicional, como siempre y con los de siempre. Virtualmente o físicamente. Otra vez, el intento de aferrarse al engranaje superior que son las costumbres (y el dichoso ciclo interminable) para encontrar una explicación a la existencia.

La realidad del momento era simple. Ese hueco negro de la habitación se llenó con la imagen de mis primas pequeñas en videollamada (una magia del nuevo milenio) paseando por el centro de una ciudad extranjera. Se llenó con sus risas adolescentes tan puras y despreocupadas. Se llenó con las bromas de mis tíos, que las esperaban impacientes con la cena hecha. Se llenó un hueco imposible de llenar.

¿Nos aferramos a un clavo ardiendo al depositar nuestra estabilidad en la familia y en ceremonias tradicionales? Puede ser. La deconstrucción de cualquier aspecto de la cultura forma parte del "progreso". Pero, ¡ay, camaradas!, parece que la sociedad soñada no va a llegar antes de que nos acabemos las próximas uvas (o sí, yo qué sé). Lo que está claro que sí va a llegar antes son los exámenes de enero, las oposiciones de mi madre y los lunes de fábrica de mi padre.

El que quiera alcanzar ese plano extradimensional al margen de ritos, estructuras familiares y demás creencias, que aproveche el tiempo libre. El que quiera rasgar la superestructura de este modelo de producción, que se lo pague.

Seguimos girando sobre la espina dorsal (como dice otra canción que sí escucho regularmente). ¿En medio de la nada? Sí, pero aquí seguimos. ¿Qué nos queda sin estos momentos? Una pregunta para la que cada uno tendrá una respuesta diferente. En mi caso puedo decir que una silla vacía y el recuerdo de los gritos de mi abuela llorando en el pasillo de su casa, incapaz de aceptar la verdad del suelo de su habitación.

Volvamos. Yo estaba pensando todo esto mientras la actuación se acercaba a su final. La voz melosa se volcó en el micrófono y con un leve tono de desesperación que resumía todo el 2020 gritó: "Y decimos adiós y pedimos a Dios". Aunque no lo parezca, mis ideas ancladas en el materialismo marxista me prohíben, bajo pena de excomunión, creer en Dios. Pero, al mismo tiempo, mis cinco años de militancia sindical me han enseñado que: oye, por pedir que no sea.

El problema era que ese "pedimos" no sonaba a sugerencia o a súplica. No. Era un "pedimos" violento, imperativo y lleno de angustia. Deduzco que el mismo que ha entonado mucha gente este año. El mismo que ha salido de mi boca, igual de atea que yo, en innumerables casos. La orden que da alguien sin opciones mientras ve como la vida, cruel e injusta, le ignora.

Así que, puestos a exigir (que no a "pedir"), exijamos. Qué sé yo.

El año ha terminado. Atrás queda un borrón negro e indefinido más o menos amargo para todos. Aspirar a un 2021 más clemente sería un error. A fin de cuentas, como dice un amigo mío (seguramente plagiándoselo a un tercero): "Y vendrán cosas peores, dice la Biblia". Viendo que el futuro baila entre la incertidumbre y el desastre, creo que lo más acertado no es desearle a todo el mundo un 2021 mejor. Es por eso que a mí me gustaría exigir para todo aquel que lea esto, simplemente, un año nuevo más justo.


Víctor García B.

Editado por Iván T.