Reseña de 'Aniquilación', de Michel Houellebecq

20.06.2022

El autor Iván Cantero realiza la reseña de 'Aniquilación', la última novela de Michel Houellebecq.


He comentado alguna vez el cariño que tengo a Houellebecq, porque Sumisión fue la primera novela que leí, en plena convalecencia, justo después de terminar el borrador de mi primera novela. Descubrirlo fue una sensación extraña, porque además de una cierta afinidad en la canallesca ecléctica y transversal, yo tenía la misma concepción lacónica y parcelaria de la escritura que él.

Más allá de la anécdota, esta referencia resulta fundamental, porque el francés tiene unas constantes muy claras que todas sus novelas heredan del canon de la segunda, Las partículas elementales: se sirve siempre de un tono sardónico, burlón, descreído y a ratos explícito para ser el azote del postmodernismo al retratar la decadencia de Occidente, especialmente la Europa Comunitaria. 

Después de completar esta empresa con amplia perspectiva en Las partículas justo antes de entrar en el nuevo siglo, Houellebecq continuó su itinerario particularizando lo anterior en excelentes focos temáticos a lo largo de novelas excelsas y salvajes, protagonizadas por misántropos que descarrilan en la depresión o el nihilismo y presuntamente se apoyan en alguna arista del propio autor, bien sea curricular (Ampliación del campo de batalla, Serotonina, El mapa y el territorio) o personal (Plataforma, Lanzarote, La posibilidad de una isla, Sumisión y, sobre todo, la mentada Las partículas elementales). 

Amén de pesimista Schopenhauer, sobre el que escribió un ensayo, Houellebecq nunca ha ocultado su admiración por el hoy olvidado Joris Karl Huysmans, escritor decadentista francés al que está más dedicada Sumisión que la propia distopía de islamización europea, y en cuya novela A contrapelo es muy reconocible la influencia sobre Michel. Viendo toda su obra en perspectiva, diríase que en esa novela inició un pesado viraje (al cabo, Huysmans tuvo una biografía interesante por su trayectoria, por sus transiciones) ya palpable en Serotonina. En esta su anterior novela, Houellebecq empieza a perder interés en el registro sesudo y el realismo vulgar a quemarropa que tan mal se ha interpretado, para asomarse a la sensibilidad y proponer algunos salvavidas para la zozobra de nuestra civilización.

De algún modo, quizás Aniquilación termina el viraje y define el nuevo rumbo. Nadie se arredre: la afilada pluma de Houellebecq es reconocible en todos y cada uno de los capítulos, sin embargo es una obra singular y sorprendente respecto a las anteriores. La razón fundamental es que, por primera vez, el autor apuesta por una novela apoyada sobre la narrativa, o lo que es lo mismo, más allá de abordar sus preocupaciones, está interesado en contar una historia e incluso desarrollar una trama. Aunque a nivel formal pudiera resultar chocante, en realidad no es más que un recurso para cambiar la perspectiva, un giro copernicano narrativo para pasar de hacer su análisis y crítica lanzando piedras desde la cueva de un Jean Floressas des Esseintes (el protagonista de A contrapelo, que con seguridad ha inspirado a los arquetipos houellebequianos y aún los que luego se prodigarían con el nombre bastardo de "lobos esteparios") para hacerlo desde dentro de la sociedad francesa, a través de una familia de espíritu heterogéneo y problemas homogéneos, con importante barniz costumbrista. 

Esto supone, por supuesto, una domesticación general de los personajes y el reto de particularizar su análisis, pero también la oportunidad para mancharse las manos y repartir mandobles mucho más precisos, casi con nombres y apellidos; amén de que será una novela que animará a asomarse al universo de Michel a muchos recelosos. No me cabe duda de que su intencionalidad fundamental sigue siendo la misma, pues aunque debe renunciar a la primera persona se ha guardado el privilegio de utilizar un narrador omnisciente, que no deja de utilizar de manera cínica: no, Houellebecq no se ha vuelto loco ni ha tenido una epifanía de corrección política, solo le ha dado la vuelta al calcetín y se ha vuelto más sutil, cambiando los misiles tierra aire por los torpedos, que hacen partir un buque en dos desde dentro (en la propia historia hay varios ejemplos de esta metáfora, por cierto).



Houellebecq. Foto: HJCK

Otra novedad importante de Aniquilación es que el autor extiende sus críticas hasta la denuncia social, tema ignoto para él por servirse en general de personajes agotados y huraños con otras prioridades. Me atrevería a decir que este podría ser uno de los grandes vectores que le motivan a emprender esta novela: reduce en la marmita la dosis de pesimismo y comienza a interesarse en la lucha por la vida, en el tránsito entre esta y la muerte; y en las arterías del sistema a este respecto, que a menudo no son más que eutanasias pasivas o por omisión disfrazadas de asistencialismo. 

Así, la muerte deja de ser para él un remedio razonable al sufrimiento o el destino alegórico del quijote que va contracorriente, dándole dignidad a la agonía y a la vida humana terminal... Quizás como vía de santificación o depuración, tal y como lo proponen las religiones abrahámicas o el budismo (como él mismo recuerda en una reciente entrevista). Y es que el inefable Huysmans termina su odisea teística de manera definitiva en el catolicismo, algo que parece fascinar al protagonista de Sumisión y quizás también al propio Houellebecq, que el algunos artículos reconoce que en ocasiones escucha misa sin que haya terminado de alinearse ¿de nuevo? con lo que allí se predica. De cualquier modo, en Aniquilación los personajes más asimilables a los arquetipos de su universo clásico (tal vez Paul) vuelven a asumir el amor como motor de la civilización y abandonan la pasividad nihilista para pasar a la acción (actitud de origen catequético, pues hasta Cristo el hombre occidental creía en el destino y no era consciente y responsable de sus acciones para alcanzar la gloria) y la espiritualidad ocupa un espacio tangencial en la narración pero fundamental en el fondo, como corresponde a una sociedad en decadencia de valores, donde quizás ya solo se entienda como un pasatiempo "que da ritmo al año y permite socializar" que puede hacer las veces de noray al que amarrarse cuando la mar está brava. En ese sentido, el autor se despacha muy a gusto con la efervescente y sincrética wicca.

Para último diremos que las novelas de Houellebecq suelen tener proyecciones distópicas cuando no son distopías en sí o identifican la realidad corriente como tal. Aniquilación, por el título, promete ser la madre de todas ellas: dejando a un lado la trama humana principal, de fondo existe una mano negra en forma de terrorismo mistérico de motivaciones fluidas que desconcierta a las autoridades y los servicios secretos. Tal vez esa sea la percepción que hoy todos tenemos para lograr encajar todas las piezas de un puzle mezquino y delirante, cada vez más global; manejado por los que, como decía Torrente Ballester "mandan, pero no gobiernan", que termina por despacharse alegremente como obra de tarados exóticos o "lobos solitarios" cuando no el cambio climático.

En cualquier caso, Aniquilación alberga la concurrencia de muchas aniquilaciones, públicas y privadas, mundiales y locales. Tantas que cada lector vivirá su propia aniquilación... onírica.


Iván G. Cantero



Editado por Iván Trujillano