Las imágenes que sostienen la continuidad y sofisticación del espectáculo.
La autora Elena Medina Gil realiza un análisis reflexivo actual sobre la naturaleza y evolución de los espectáculos.
Sin duda, como afirmaba Guy Debord, el mayor éxito de la sociedad del espectáculo habría sido criar a varias generaciones sometidas a sus leyes (1). Estas generaciones, obsesionadas con la apariencia por encima de la realidad, la verdad y la experiencia; a diario engullimos y generamos imágenes con efecto anestesiante que nos permiten vivir nuestra propia destrucción como goce estético (2). La obsesión por la apariencia, acrecentada por las redes sociales, se ha insertado en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana; convirtiendo a cada uno de ellos en un espectáculo. A partir de estas consideraciones, en el presente texto, me aproximaré a las leyes del espectáculo hoy y a la naturaleza de las generaciones que nos hemos criado en él. Finalmente, como si de un análisis de la imagen se tratase, describiré la forma, composición y objetivos de las imágenes al servicio del espectáculo para poder determinar por qué es su carácter anestesiante el que permite la continuidad y sofisticación del mismo.
En primer lugar, cabe recordar que la base del espectáculo está en las imágenes, las cuales se erigen como falsos ídolos, y que han reemplazado a la experiencia, especialmente a aquello que concierne a las relaciones sociales. En el espectáculo lo que antes se experimentaba directamente ahora se aleja en una representación. Se ha refinado hasta tal punto que lo que uno sea o tenga no tiene la menor importancia en comparación con lo que aparente ser a través de las imágenes. El distanciamiento entre la realidad y la representación se disimula constantemente, puesto que, las herramientas del espectáculo nos sumergen en un proceso de carácter ilusorio, concebido para que nos abandonemos e identifiquemos con lo que a éste le interesa proyectar; aquello que está dentro del régimen de lo visible, lo que, al fin y al cabo, se convierte en norma. Esto nos revela que nos encontramos en un estadio de lo espectacular integrado (3) muy avanzado puesto que se ha permeado hasta lo más profundo y privado del plano cotidiano.
Para Debord, este estadio se caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales, los cuales, en nuestro contexto sociohistórico, podemos identificar fácilmente. Grosso modo, podemos resumir estos cinco rasgos del siguiente modo: la incesante renovación tecnológica sostenida por la obsolescencia programada; la fusión económico-estatal que conlleva alianzas entre el poder económico y el poder del estado; el secreto generalizado como complemento decisivo de lo que interesa mostrar; la falsedad sin réplica que tiene como resultado la desaparición de la opinión pública y el perpetúo presente que quiere olvidar el pasado y no cree en el futuro. En este estadio, el espectáculo no está interesado en las complejidades y contradicciones de la realidad, sólo en presentarnos imágenes simplificadas y uniformes. Estas imágenes le convienen porque, por decirlo suavemente, el espectáculo no tiene buena imagen (4): crea desigualdades, sufrimiento, violencia, precariedad...
En la actualidad, la continuidad del sistema del espectáculo se da en unas condiciones de comunicación inmediata en las que éste se representa a través del filtro de la estética de lo pulido (5), eliminando los aspectos negativos que representan obstáculos para su comunicación acelerada. En este haz de relaciones, las generaciones criadas en el espectáculo nos ordenamos en una sociedad positiva (6) que se caracteriza por eliminar cada vez más la negatividad de la herida. Se evita cualquier experiencia que exponga a la vulneración. En este paradigma de comunicación inmediata una gran parte de la dominación de las subjetividades recae en los medios tradicionales de comunicación de masas, los cuales funcionan como mecanismos ideológicos y de poder que, a su vez, influyen directamente en las formas de vida, principalmente a través de los informativos, la publicidad, el marketing y el entretenimiento. La otra gran parte de la dominación de las subjetividades recae en las redes sociales, las cuales, se esconden tras la apariencia de una herramienta comunicativa de libre participación, pero la participación en ellas es también una ilusión, pues nada más lejos, la expresión pasa a ser de una opinión inmediata a datos acumulados, interpretados y vendidos.
Interpeladas constantemente por miles de imágenes, las generaciones del espectáculo nos entendemos e identificamos a nosotrxs mismxs a través de ellas. Ya no nos preguntamos si podemos confiar en lo que representan, puesto que somos conscientes del engaño que pueden conllevar. Es evidente que el yo virtual ha superado al yo real, la adicción al selfie nos sirve como prueba, pues preferimos nuestro aspecto ilusorio a nuestro aspecto real. En consecuencia, el sistema del espectáculo, pese a parecer un modelo socioeconómico humanamente interconectado conduce a estar constantemente mirándose a sí mismo, y es en ese mirarse a sí mismo, cuando las generaciones del espectáculo nos autoalineamos con las leyes que lo rigen y aprendemos a utilizar nuestras imágenes o las del mundo que nos rodea para eliminar lo negativo de las mismas, evitando de este modo el daño de la experiencia.
Llegadxs a este punto recordemos que para Byung-Chul Han lo pulido es lo liso e impecable, lo que no opone resistencia, lo que no daña. Siguiendo la lógica de lo pulido las imágenes que sostienen la sofisticación del espectáculo no ofrecen nada que interpretar, descifrar o pensar. Sedan la percepción y carecen de la negatividad de lo contrario. Lo pulido nos parece hermoso hoy en día porque más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido y terso se amolda al observador, le sonsaca un "me gusta" y se queda ahí.
y reproducible hoy.
En consecuencia, en la época de las redes sociales podríamos definir la función anestésica de las imágenes como una herramienta estética al servicio del espectáculo para embellece el afeamiento del mundo y de nosotrxs mismxs y, de este modo, permitir su continuidad y sofisticación. En este paradójico y contradictorio escenario, las imágenes del espectáculo permiten tener una vida iconográficamente envidiable. El anhelo de una vida de película, llena de emociones inmediatas y superficiales se da de bruces con las condiciones precarias en las que se desarrolla la vida cotidiana en un mundo demencial.
Es en ese sistema estético-temporal cuando las imágenes del espectáculo activan su principio poder frente a la conciencia. Ciertamente, desde que nuestra sociedad viese las primeras imágenes de guerra en la prensa escrita hasta hoy, que la guerra se retransmite en Tik Tok, estas imágenes han golpeado nuestra forma de mirar y han terminado por exigir a priori la aceptación pasiva que tiene como resultado la alienación y sumisión de nuestras conciencias. Indudablemente podemos afirmar que vivimos en un universo desbordante de imágenes que han conquistado las aspiraciones, los modos de vida, la relación con el cuerpo y el mundo. Las imágenes son las encargadas de dictaminar el aspecto del mismo y de nosotrxs mismxs.
En esta tensión entre lo real y lo virtual seguimos haciendo caso omiso a las advertencias de Susan Sontag entorno al poder de las imágenes. Nos olvidamos de que éstas solo son la superficie y seguimos otorgando el régimen de verdad a lo que ellas confieren y no a lo que hay detrás. El horror recae en las imágenes y no en los actos que las confieren. Como indica Sontag en las primeras líneas de su ensayo La caverna de Platón (8), la humanidad persiste irremediablemente en la caverna platónica, aún deleitada, por costumbre ancestral, con meras imágenes de la verdad.
Hoy podemos percibir que la comunicación humana es cada vez más compleja, distorsionada y frustrante. La tergiversación, apropiación y manipulación de la información nos limita a la hora de poder construir con claridad nuestra realidad compartida; la pérdida de visión colectiva reproduce individuos manipulables y en consecuencia nuestro contexto se vuelve cada vez más absurdo, triste y violento. Nuestra sociedad, envuelta en la profunda contradicción de enfrentarse a las imágenes que representan lo inhumano, como el eco provocado en la cueva, observa las imágenes de muerte que se repiten sin cesar mientras en su interior una pregunta se percibe débil y confusa, ¿dónde queda la humanidad?
Elena Medina Gil
Referencias
Guy Debord. Comentarios a la sociedad del espectáculo. Barcelona: Anagrama, 2006.
Walter Benjamin daba por terminado su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936) con un agudo diagnóstico sobre la patología que desde ese momento sufriría nuestra sociedad "La humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como goce estético". Madrid: Casimiro Libros, 2010. Pág. 60.
Debord añade el estadio de lo "espectacular integrado" en Comentarios a la sociedad del espectáculo, 1987.
Lipovetsky, Gilles y Serroy, Jean. La estetización del mundo: vivir en la época del capitalismo artístico. Madrid: Anagrama, 2015. Pág. 7.
Estética desarrollada por Byung-Chul Han durante La salvación de lo bello. Barcelona: Herder, 2015.
Para Han, Byung-Chul en La sociedad de la transparencia "La sociedad positiva propugna por una igualdad de entendimiento, una igualdad «transparente»; por el contrario, la sociedad negativa, mediante la autonomía, busca aceptar en el otro lo que no entendemos, formando una igualdad opaca". Barcelona: Herder, 2013. Pág. 16.
Susan Sontag nos advierte sobre esta cuestión en su ensayo Ante el dolor de los demás (2003). Madrid: Debolsillo, 2010.
Primer capítulo del libro Sobre la fotografía. Madrid: Debolsillo, 2008.
Editado por Iván Trujillano