La representación del mal en el cine

30.10.2022

El autor Francisco Bueno lleva a cabo un repaso cronológico sobre la representación del mal en el cine.

Fotograma de 'El resplandor', de Stanley Kubrick.

La representación del mal siempre ha encontrado un hueco importante en el imaginario visual de la historia humana. La curiosidad (o fascinación) que suscitan actos viles, comunes a nuestra memoria, han llevado a una especie de dossier intergeneracional, donde podemos degustar aberraciones como los métodos de tortura ocurridos durante siglos pasados y crímenes más sorprendentes en las últimas décadas.

Sorprendentes pues es inconcebible para la mente racional que tales majaderías sucedan en nuestro sistema, donde la visión del progreso queda eclipsada cuando nos damos cuenta que estas acciones malignas que no tienen cabida teórica en nuestro mundo se siguen produciendo, y con una frecuencia que seríamos incapaces de aceptar.

En el mundo de las artes los crímenes y los espectros oscuros de la personalidad también han sido estudiados y representados hasta la saciedad. La lucha entre el bien y el mal ha sido un punto común para mitologías y debates filosóficos de multitud de sociedades a lo largo de la historia. Probablemente podemos fijar a partir del siglo XIX un auténtico estallido en cuanto a las sensibilidades más interesadas en el análisis del mal.

Poetas, novelistas, artistas y demás acudieron durante este siglo a la Biblia, Dante, John Milton...buscando referencias constantes para comprender las figuras demoniacas. Los textos de Poe, Mary Shelley o Bram Stoker inauguraban una literatura extravagante y gótica, inspirada en leyendas populares como la que le llevó a Shelley a crear Frankenstein o en figuras aberrantes de la historia para crear sus personajes (como la inspiración de Drácula en Vlad Tepes).

Incluso la obra cumbre del que algunos historiadores han llamado ''el primer artista moderno'' tiene por título Las flores del mal, y el que Roberto Bolaño calificó como ''la mayor fuerza poética de la historia'' llamó a su obra más conocida Una temporada en el infierno. Hablamos, como no, de Baudelaire y Rimbaud.

Esta curiosidad por lo maligno también quedó fijada en los primeros experimentos narrativos con el cinematógrafo. Ya en 1896 George Méliès, entre muchas otras obras, dirigió La mano del diablo, considerada como la primera película de terror de la historia del cine. En 1911 el film italiano L'inferno adaptadaba ''La divina comedia'' inspirándose en ilustraciones de Gustave Doré, siendo patente el interés que aun provocaba lo demoniaco y sus representaciones en la historia del arte.

El mal encontró un retrato muy sofisticado en Nosferatu de Murnau (1922), donde probablemente se crea el arquetipo vampírico que será explotado hasta la saciedad posteriormente.

En El gabinete del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene, encontramos uno de los primeros casos de asesino en serie representados en el cine, y aquí ya tenemos dos de las vertientes más conocidas de la historia del mal en el audiovisual. Otra película a destacar sería El golem (1920), basada en la leyenda que inspiró a Mary Shelley para el personaje de Frankenstein que ya mencionamos antes.

Estas obras del expresionismo alemán han quedado para la historia, quizá por como presentaban a sus protagonistas: seres que quedaban fuera de nuestra lógica, nuestra sociedad y nuestra rutina, pero que caminaban en la delgada línea entre la leyenda y lo real.


Secuencia de 'El gabinete del doctor Caligari', icónico largometraje del expresionismo alemán.

Con el paso de los años, otros fascinantes personajes emergieron en la historia del prototipo del mal, principalmente de la cinematografía estadounidense; como los arquetípicos Dracula (1931) de Tod Browning o El Dr. Frankenstein (1931) de James Whale, donde se ahondaba en la creación del monstruo, en el mal de una manera más literaria, encuadrado en la línea de las películas expresionistas, pero de una forma mucho más filtrada y exagerada en lo formal.

La semiología de los primeros iconos malignos llega a su auge en esta década, importando los arquetipos oscuros a todo el mundo gracias a la globalización, y quedando hasta el día de hoy su presencia impresamente grabada en el imaginario colectivo. Así se entiende que los papeles interpretados por Karloff, Lugosi y compañía sean vigentes en su concepción estética y cultural hasta hoy.

Al mismo tiempo Fritz Lang filmaba M, el vampiro de Dusseldorf (1931). Aquí la figura del asesino en serie empezaba a tomar unos tintes más cercanos al umbral humano, separándose de la leyenda, pero siempre en el límite de lo realmente conocido, acentuando el misterio que encierran todas las realidades tranquilas. La aparición de un sonido común, el silbido que sirve como leitmotiv para la presencia del asesino, anticipa La noche del cazador y nos da la capacidad de juzgar como niños, y no como espectadores adultos, una obra centrada en evocar el miedo desde lo arcaico.

Por otra parte La parada de los monstruos de Tod Browning mostraba una representación de la monstruosidad mucho más humanizada, siendo sus protagonistas seres que producirían terror al ciudadano medio y evidenciando su similitud con ellos, destacando que las apariencias son engañosas.

El boom de la imagen del serial-killer que nos llegó desde Norteamérica el siglo pasado y la incorporación de todos estos monstruos al imaginario colectivo global (como ya ocurrió con Jack el destripador en Reino Unido) o la reivindicación de los criminales autóctonos de cada lugar del planeta tiene mucho que ver con el medio audiovisual, y al este modelar los estratos y papeles sociales según su posición como demiurgo de las representaciones.

Salvo contadas excepciones, como las películas de Jacques Torneur (por ejemplo La mujer pantera), los retratos de la enfermedad mental o los asesinos seriales se quedaron un poco obsoletas hasta la llegada de Psicosis (1960). La figura de Norman Bates dio un giro de tuerca a la figura del asesino en serie, destacando su disociación y presentándolo como un ser que no tenía ningún misticismo.


'La semilla del diablo', de Polansky, impactó a toda una generación.

Antes de eso, La noche del cazador (1955) nos brindó una de las narraciones más oníricas de la historia del cine, un puro cuento de terror infantil en el que Robert Mitchum interpretó a un personaje maligno cuya intención no pasaba más allá de pervertir el bien, de anularlo, al estilo de La sombra de una duda (1943), pero siendo la película de Charles Laughton más estilizada en cuanto a su poder simbólico, y la de Hitchcock más eficiente en sus labores de narración (punto de vista, sonido fuera de campo, etc).

En 1968 Roman Polanski dirigió La semilla del diablo, en la que dio una vuelta de tuerca al concepto de maldad, colocando a Mia Farrow como luchadora contra las fuerzas infernales. Cuando nuestro ambiente más cercano se torna como nuestra mayor amenaza, las barreras que nos protegen de lo desconocido se vuelven difusas, y parece que estas sensaciones están implícitas en cada fotograma de esta película. Su atmósfera marcaría un hito y un gran éxito para el director y el equipo técnico.

Posteriormente El exorcista (1973) ahondaba más en la visión demoniaca y espiritista, representando una vez más la lucha entre el bien y el mal, enlazando con Kubrick en El resplandor (1980), donde nos brindaría varias de las secuencias más icónicas de la historia del cine, donde un niño recorriendo un pasillo perfectamente iluminado nos transmitió el desasosiego eterno.

Dejando de lado las representaciones de los gánster, donde como dice Juan Gómez Jurado hemos pasado de Shakespare al chándal (el paso de Goodfellas a Los Soprano), la encarnación de lo luciferino ha transgredido las barreras de lo humanamente respetable, donde se entremezclan los impulsos esotéricos de Poltergeist, Los Otros o El Sexto Sentido, con los psicológicamente inaceptables como El silencio de los corderos, Seven o incluso Joker.

Que las representaciones del mal siguen teniendo cabida en nuestro sistema es evidente, pero la vigencia de grandes antihéroes o arquetipos malignos relacionados con lo irracional está en entredicho. Según algunos críticos, este año ha sido un buen año para el cine de terror. Sin embargo, ¿cuántas de las películas estrenadas este año perdurarán en el imaginario colectivo en las próximas décadas?

¿Han sido Saw, Expediente Warren o La Bruja películas que siguen creando terror en el espectador o solo se aprovechan de los códigos del género?


Francisco Bueno



Editado por Iván Trujillano