La poesía de Naroa Acevedo: "Fuerza" y "Las olas mirando el mar". Prosa Poética.

18.11.2020

La autora Naroa Acevedo nos presenta con "Fuerza" y "Las olas mirando el mar", dos poemas en prosa que no solo invocan el camino personal de la introspección, sino también la exteriorización del ser a través de su propia fuerza vital. 

'La gran ola de Kanagawa', Katsushika Hokusai (1830-33). Impresión xilográfica, 25 × 37 cm, Museo Metropolitano de Arte, NY

"Fuerza"

Fue increíble, como las cosas que no se pueden hacer con las manos, increable. Un antitodo, antídoto de paces guardado en el bolsillo del sujetador. Si podía no llevaba camisa y se había tatuado en la nuca "fuerza". Iba de aquí para allá destruyéndolo todo sobre las crines de Troya. Su lugar favorito del mundo eran los acantilados, donde podía cantar el ruido de la espuma. De vez en cuando, tejía fantasmas cobardes y de ellos hacía una escalera. Bajaba hasta el agua y me esperaba en la orilla. "¡Tranquila" me gritaba desde abajo, "he encontrado la vía de escape". "Pero..." le contestaba desde arriba "los acantilados no tienen orilla." Entonces se subía al lomo de la escalera y me susurraba "eso es porque no puedes olerlas". Entonces ensillaba la escalera y subía de nuevo a la tierra para arrastrarme con ella. De la mano, salivábamos juntas el plan de fuga "pero yo no soy tu novia" le decía. "Eres peor, yo soy tu sombra". La verdad es que nuestros planes siempre sabían a espinas de caramelo. Mientras ella llovía adrenalina, yo respiraba azafranes. Sin duda,lo peor era cuando la luz se acurrucaba en el crepúsculo y entonces ella volvía. Se quitaba otra vez la camisa, cogía de nuevo la escalera y bajaba otra vez a la orilla. Respirando profundamente, le daba la mano y le decía, "pero sombra, ¡que los acantilados no tienen orilla!". Ella se sentaba, cruzaba las piernas y con la mano derecha, me disparaba un balazo de agua. Y mi mano derecha también se movía. Enfadada, colocaba las palmas bajo el agua, hundía la cara en la arena y pronunciaba palabras mojadas. Así fue como supe que los peces también dormían, porque juraba que sin ella no se despertaban. Yo la escuchaba y me reía. "Eres increable." Hoy en la orilla me he visto siete escamas, y me ha salido un ojo en la fuerza.


"Las olas mirando el mar"

La vida late mucho más tranquila en esta orilla. Hemos caminado descalzos hasta llegar a aquí, donde dejamos caer la ropa sobre la arena. Así nuestra bandera blanca se funde en el suave ámbar de este suelo, hasta camuflarse por completo. Hemos cambiado el campo de batalla pero nuestra guerra sigue siendo la misma.

Ahora el sol le canta con suavidad al viento hasta convertirlo en brisa. Aún no estamos dentro del agua y te espero mientras la espuma me teje coronas de sal en los tobillos. Y suspiro y me vuelvo para mirarte como quien descubre un baúl de zafiros mientras te acercas. Tu silueta desafía de golpe y de frente al agua que choca contra ella y, a cámara lenta, se divide en dos para poder abarcarla por completo. Y mis ojos te tocan y los tuyos me encuentran para no quitarse mi mirada de encima. Tu risa se eleva como un animal salvaje acechando a su presa y llegas hasta mí empapándome de carcajadas. Te toco la cara, me abrazas y nos llenamos la piel de sal, agua y arena.

El sol nos mira desde arriba desprendiendo sus rayos con soberbia. Hemos vuelto ya a la orilla y, entre las manos, un pacto de fuego y agua. De vuelta a la tierra nos damos cuenta de que esto nos está quemando, pero solo sabemos vivir ardiendo.

Tú pierdes la mirada entre tanto agua. A veces las olas se quedan mirando el mar.




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Editado por Isabella S. Casto